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Iñaki Ábalos, en su libro “La buena vida”, en el capítulo dedicado a la casa positivista, se hace la siguiente pregunta:
“¿Quién no ha sentido al ver Mi Tío (J. Tati, 1957) esa desasosegante presencia, continua y latente, que, si se quiere voluntariamente, tiraniza a los Arpel hasta anular toda hipotética iniciativa?”
La película de Tati supone una de las críticas más inteligentes de cuantas se hayan realizado a la forma de pensar, proyectar y habitar la casa propugnadas por la ortodoxia moderna.
Contraponiendo dos estilos de vida (la del tío, monsieur Hulot, en una vieja y estrafalaria casa en el centro de Paris, y la de los Arpel, ocupantes de una flamante villa a las afueras de la ciudad) Tati nos muestra el clamoroso olvido en que el pensamiento positivista (“el hombre debe avanzar hacia una sociedad perfecta, sin conflictos, organizada por la ciencia”) abandona a esos estímulos sensoriales que hacen posible la idea de ambiente, a través de la cual la arquitectura es capaz de participar de la intuición que cada uno tiene del mundo.
Al igual que el señor Hulot (Tati) nosotros tratamos de mostrar con nuestro proyecto una decidida apuesta por la diversidad frente a la uniformización imperante, la vuelta a un cierto individualismo militante que, frente al velo tiranizador de la arquitectura residencial que nos rodea, defienda esas “molestas” erupciones domesticas como el verdadero valor de nuestra propuesta.
Las estrictas normas que dominan la construcción de vivienda pública no pueden convertir a este tipo de arquitectura en un escenario rígido que limita la libertad de los actores, y si deberían ser entendidas como ese telón de fondo que, lejos de neutralizar aquello que genera la vida en el hogar, lo convirtiera en protagonista único.
Nuestro trabajo no debe ser un lastre para la futura y anónima apropiación del espacio, única vía para conseguir que finalmente conceptos como el placer, el descanso y la intimidad se hagan más intensos.
Es decir, se trata de conseguir un edificio más amable, eliminando el volumen único y fragmentándolo en cuatro piezas de cubiertas inclinadas que minimizan el impacto visual de la gran mole de viviendas. Los núcleos de comunicación se colocan en los desniveles creados por la planta baja, que se adapta a la topografía existente.
Es un proyecto de alma verde. Aprovechamos los núcleos de comunicaciones y las circulaciones internas del edificio para crear una arteria vegetal dentro del volumen que nutre al edificio de todo aquello que necesita. Es el pulmón del proyecto que hace que el aire circule a través de él. De esta manera creamos un espacio distribuidor muy atractivo que reivindica la relación entre los vecinos y mantiene una temperatura interior más estable a lo largo de los meses.